jueves, 26 de diciembre de 2013
Mi estrella.
-Cierra los ojos- me dijo él. Y como no iba a hacerle caso, si con esa voz me lleva a donde quiere, con esa mirada me eleva al cielo y el mínimo roce de sus manos con las mías me hace perder el sentido del raciocinio. Entonces llegamos a un lugar en el que el aire era completamente puro, y la energía que desprendía era mística y estaba cargada solo de cosas buenas. -Ahora ábrelos- me dijo rodeándome por la cintura con sus brazos, y yo los abrí y pude contemplar la mejor vista del atardecer que nadie pueda imaginar. Allí estaban, el sol, diciéndonos hasta mañana con su hermosa luz anaranjada, la luna, más arriba y más redonda que cualquier otro día de luna llena. Las estrellas nos observaban, una pareció guiñarnos un ojo, y había un juego de luces imposible de representar en ninguna otra imagen. Entonces él me giró, me apretó fuerte contra su pecho y me dijo al oído que, en ese momento, todos los astros le estaban envidiando porque era él quién tenía entre sus brazos a la estrella más brillante de todo el universo. En aquel momento, yo pasé a ser su estrella, a la que él vería cada noche antes de acostarse, la que iluminaría su camino cuando estuviera muy oscuro. Su estrella. Su estrella. Suena y sabe tan bien, que no paro de repetírmelo.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario